Esta libertad interior nace de la capacidad que tiene la persona para ser dueña de sus propios pensamientos, de sus propios sentimientos, de sus propias actitudes y de sus propias decisiones, y no de la ‘marioneta’ que habla, que piensa, que siente o que actúa según la influencia que se ejerce sobre ella a través de los múltiples medios de presión que tiene nuestra sociedad
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